The Act of Killing explora la parte oscura y atroz del ser humano,
obligándole a enfrentarse con sus actos, aunque estos hayan prescrito según los
códigos internacionales.
Es una película sobre el recuerdo, y sobre
el alma. Sobre la justicia y las cargas de cada uno. Sobre la oscuridad y la
asunción. Basada en el Golpe de Estado de 1965 en Indonesia, por el que una
serie de paramilitares se convirtió en una élite con poderes para tomarse la justicia
con su mano, y matar a miles de presuntos comunistas. La película nos muestra a
estos hombres casi medio siglo después, y se les da la oportunidad de que
recreen sus actos, de que ilustren su sadismo y su crueldad. Algo a lo que, sorprendentemente,
acceden encantados.
De este modo tenemos como un doble film,
una especie de mezcolanza entre el cine dentro del cine y el documental. Se
permitirá que estos paramilitares hagan una especie de película, en la que
ellos mismos actúan, para demostrar lo que hacían, mientras son grabados
durante el rodaje para ver cómo les va afectando esa recreación de los
hechos. Casi un experimento sociológico.
No es una película agradable de ver,
habida cuenta de que todo lo que se narra con la precisión de un carnicero que
hace su trabajo, como torturaron y dieron muerte a miles de personas, haciendo
daño con alegría y ligereza. Se trata de entender las motivaciones de estos
hombres (Curiosamente, la mayoría de ellos coinciden en que su gran referente para
la crueldad era el cine de Hollywood, con las películas de actores como Al
Pacino. Sus modelos a seguir) y se les insta a que enfrenten a sus fantasmas.
Algunos de ellos cuentan sus historias de
marginación y autodeterminación, hasta conseguir hacerse un puesto haciendo
daño a aquellos que le rechazaron. Otros, simplemente, parecen lejanos a toda
inteligencia, se guían por instintos, como los animales. Hay incluso personajes
que no sienten remordimientos, y a los que conceptos como Derechos Humanos les
parecen baladíes.
Sin duda el caso más interesante, y en el
que se centra la película, es el de Anwar Congo, que parece un venerable
anciano y que nos va contando como quería imitar a los gangsters que veía en la
gran pantalla, como solo se preocupaba por su apariencia y por poder hacer lo
que quería (De hecho, en Indonesia hacen un juego de palabras por el que
Gángster significaría “Hombre Libre”) Congo, que comienza contando muy
alegremente la cantidad de personas a las que dió muerte, y sus métodos, y que,
aun siendo un anciano, se preocupa más por su apariencia que por sus actos.
Pero, poco a poco, a medida que en su rodaje van sintiendo el papel de víctimas
por el que hacían pasar a tantas personas. Las pesadillas, los problemas
físicos, el arrepentimiento, la redención, comienzan a asaltarle.
El éxito de Joshua Oppenheimer radica en
enfrentar a la gente con sus actos. Siempre tiene la cámara preparada para
captar el alma, la frase justa para derribar las excusas simples y las barreras
mentales con las que todos se consuelan. Es una película que hay que ver, pese
a tener escenas desagradablemente duras, porque se utiliza el cine como medio y
como fin. La misma herramienta que se utilizó para que estos asesinos se
convirtieran en lo que son, sirve ahora para hacerles darse cuenta de sus
errores, de sus fallos, de todo lo que han hecho mal. Un título imprescindible
que dará mucho que hablar.
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