Podría
empezar a decir una sola cosa un film de sensaciones auditiva y visual; que
parece una metamorfosis kafkiana; una lucha de dos sexos; hombre y mujer
poderes de movimientos densos, como una danza moderna al estilo Pina bauch; una
hora de cuerpos en lucha interior; el cineasta aún osa mantenerse dentro de su
más grande obsesión: las posibilidades del cuerpo y su estallido. Como en Sombre o en La vie nouvelle, Grandrieux nuevamente va a centrarse
en lo corporal, ya como prisión o simplemente como lo irremediable, como una
cápsula de cuyo interior asoma la animalidad en estado original o arcaico, y en
el extremo, la indiferencia del insecto (incluso un episodio de White Epilepsy recuerda el rito de una mantis
religiosa en plena barbarie o la simple pasividad de la víctima, lo que también
remite a la escena antológica de La vie Nouvelle, donde el personaje de Anna Mouglalis muta en una suerte de animal en
cautiverio, o a los protagonistas de Sombre o Un lac juegos de poder de sexos opuestos.
Belleza de estética en un rectangular de pantalla.
En White Epilepsy solo hay cuerpos y
noche, cuatro cuerpos en un ritmo ralentizado que no impide percibir el
aturdimiento o el desfase, como para estar atentos a sus texturas, movimientos,
caídas y entrega. el grito de la lucidez, luego de que veamos a través de una
serie de episodios o escenas como un cuerpo solitario, en medio de un campo
abierto y en plena oscuridad, reconoce a su otro: una mujer con la cual comenzará
la batalla. Esta absorción, de la mujer que intenta engullir al hombre, lo que
no excluye los ritos eróticos de fuerza y lucha, sin satisfacción, va a hurgar
no solo en un juego caníbal sino en la afirmación de lo femenino y su
conciencia brutal en el grito del rostro y sangre.
Sin embargo, luego del clímax,
Grandrieux corona su propuesta con un final desolador: luego de la lucha de los
cuerpos, del triunfo de uno sobre el otro, del grito liberador o la conciencia
de lo salvaje, está la penumbra y el ocaso, la vejez de los cuerpos a la espera de la muerte.
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