La soledad parece acrecentarse en este futuro
cada vez más comunicativo. Las personas se alejan de las personas. Todo esta
automatizado. Pero lo que no se puede programar son los sentimientos. Y esta
película si algo tiene de bueno, entre muchas otras cosas, es que desparrama
sentimientos. La nostalgia que se vive en la película por
aquella relación que terminó, esos agujeros que quedan en el alma, esos
recuerdos que duelen, están tan bien filmados, dirigidos, que nos duele a
nosotros, es como si pudiéramos sentir el olor a una naranja a través
de la pantalla.
Acá podemos sentir ese pesar raro, melancólico, sobrio, de
lo que fue no ya el fuego de la pasión, sino la tibieza del amor hecho
recuerdo, hueco ameno pero doloroso donde extrañamos nosotros, como el protagonista. Pero no es solo ese sentimiento el
que se desprende de la cinta, sino el que le sigue. El amor que Phoenix entabla
con su sistema operativo. Un amor raro, anti estético, pero que tiene una
carga de compañía, de quebrar la soledad de la que hablábamos al
principio, unido a una pasión, a un re descubrimiento de la vida, y
sus cosas bellas. Pero no todo es
sentimiento ameno, los recuerdos, calan hondo. El querer transformar al
principio, una relación con un sistema operativo en algo normal también choca
con las posibilidades reales.
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