How much Wood would a Woodchuck chuck
De W. Herzog, color, 45 min., 1976
Documental
Miércoles, el 18 de julio de 2012 – en el bloque 1, a partir de las 17:30 horas
Auditorio del Goethe-Institut Lima, Jirón Nazca 722, Lima 11
Español
Entrada libre
+51 1 4333180
cultural@lima.goethe.org
Miércoles, el 18 de julio de 2012 – en el bloque 1, a partir de las 17:30 horas
Auditorio del Goethe-Institut Lima, Jirón Nazca 722, Lima 11
Español
Entrada libre
+51 1 4333180
cultural@lima.goethe.org
Una mirada sobre el campeonato mundial de subastadores de ganado
en Fort Collins, Colorado (1975). Herzog observa el cántico de los
subastadores casi incomprensible para aficionados. Para el cineasta este
lenguaje que remite al sonido de un birimbao tiene “algo espantoso y
fascinante” a la vez, podría ser llegar a ser “la última lírica
imaginable”.
En un punto Herzog se equivoca: llama a su película en un título “Una mirada sobre un nuevo lenguaje”. Sin embargo el lenguaje de los subastadores no es tan nuevo: en zonas rurales de Irlanda e Inglaterra tiene una larga tradición y en los EEUU no es nuevo, sino exagerado al extremo. En el campeonato participan 53 competidores de los EEUU y Canadá; no obstante, el acontecimiento, que sólo dura unas pocas horas, se autodefine con aires de grandeza “campeonato mundial”. “Los subastadores hablan tan rápido y con ritmo, hasta (...) que se genera una poesía fonética, un canto del mercado en un concurso de cantantes, donde no deciden las musas, sino los compradores de carne” (Jürgen Theobaldy).
Herzog, que con su obra reflexiona una y otra vez sobre las posibilidades y las fronteras de la comunicación entre los seres humanos, contempla aquí cómo el lenguaje se diluye en una nebulosa de cifras, ritmo y gestos apenas perceptibles entre los vendedores y los compradores. Alguien de afuera puede temer muy pronto haber comprado involuntariamente una pequeña manada de reses con un chasquear de los dedos o un guiño de ojo inconsciente. La comunicación la entienden exclusivamente los iniciados, como por ejemplo en el caso de la jerga de los cazadores, que con su terminología pretenden diferenciarse del resto de la población. El cineasta admira la habilidad de los competidores; entre ellos hay una sola mujer. “Cumplí con una meta que me había propuesto desde los 6 años“, argumenta entusiasmado uno de los participantes. Otro relata que tomó clases de respiración con un cantante de ópera. Ellos se definen como profesionales que tratan de perfeccionar su habilidad ensayando constantemente (como por ejemplo, repitiendo el trabalenguas “How much wood would a woodchuck chuck”). Si bien para los aficionados todo suena muy parecido y los “textos” son mayormente números (el monto de las ofertas), muy pronto se reconocen estilos personales. Esta película remite a la temática que Herzog más tarde (1980) retrata con EL SERMÓN DE HUIE y FE Y MONEDA.
Herzog parece observar este lenguaje con dudas y desconfianza; esto se hace evidente con la larga secuencia que filma y agrega a la película 9 meses después del campeonato en Pensilvania: allí observa la secta de los amish y el maravilloso alemán antiguo que ellos hablan, y que representa la antítesis del lenguaje ritualizado de los subastadores de ganado. También con la subasta, casi al final de su película STROSZEK (1976), de la casa rodante de su héroe, Herzog subraya su escepticismo: el cineasta eligió para esta amarga y malvada secuencia un subastador que había observado en HOW MUCH WOOD WOULD A WOODCHUCK CHUCK. Aquí el tema ya no tiene nada que ver con comunicación, sino con dinero y la destrucción de toda una vida.
H.G. Pflaum
Director artístico: Werner Herzog, color, 45 min., 1976
En un punto Herzog se equivoca: llama a su película en un título “Una mirada sobre un nuevo lenguaje”. Sin embargo el lenguaje de los subastadores no es tan nuevo: en zonas rurales de Irlanda e Inglaterra tiene una larga tradición y en los EEUU no es nuevo, sino exagerado al extremo. En el campeonato participan 53 competidores de los EEUU y Canadá; no obstante, el acontecimiento, que sólo dura unas pocas horas, se autodefine con aires de grandeza “campeonato mundial”. “Los subastadores hablan tan rápido y con ritmo, hasta (...) que se genera una poesía fonética, un canto del mercado en un concurso de cantantes, donde no deciden las musas, sino los compradores de carne” (Jürgen Theobaldy).
Herzog, que con su obra reflexiona una y otra vez sobre las posibilidades y las fronteras de la comunicación entre los seres humanos, contempla aquí cómo el lenguaje se diluye en una nebulosa de cifras, ritmo y gestos apenas perceptibles entre los vendedores y los compradores. Alguien de afuera puede temer muy pronto haber comprado involuntariamente una pequeña manada de reses con un chasquear de los dedos o un guiño de ojo inconsciente. La comunicación la entienden exclusivamente los iniciados, como por ejemplo en el caso de la jerga de los cazadores, que con su terminología pretenden diferenciarse del resto de la población. El cineasta admira la habilidad de los competidores; entre ellos hay una sola mujer. “Cumplí con una meta que me había propuesto desde los 6 años“, argumenta entusiasmado uno de los participantes. Otro relata que tomó clases de respiración con un cantante de ópera. Ellos se definen como profesionales que tratan de perfeccionar su habilidad ensayando constantemente (como por ejemplo, repitiendo el trabalenguas “How much wood would a woodchuck chuck”). Si bien para los aficionados todo suena muy parecido y los “textos” son mayormente números (el monto de las ofertas), muy pronto se reconocen estilos personales. Esta película remite a la temática que Herzog más tarde (1980) retrata con EL SERMÓN DE HUIE y FE Y MONEDA.
Herzog parece observar este lenguaje con dudas y desconfianza; esto se hace evidente con la larga secuencia que filma y agrega a la película 9 meses después del campeonato en Pensilvania: allí observa la secta de los amish y el maravilloso alemán antiguo que ellos hablan, y que representa la antítesis del lenguaje ritualizado de los subastadores de ganado. También con la subasta, casi al final de su película STROSZEK (1976), de la casa rodante de su héroe, Herzog subraya su escepticismo: el cineasta eligió para esta amarga y malvada secuencia un subastador que había observado en HOW MUCH WOOD WOULD A WOODCHUCK CHUCK. Aquí el tema ya no tiene nada que ver con comunicación, sino con dinero y la destrucción de toda una vida.
H.G. Pflaum
Director artístico: Werner Herzog, color, 45 min., 1976
El sermón de Huie
De W. Herzog, color, 42 min., 1980
Documental
Miércoles, 18. Julio de 2012 – en el Bloque 1, a partir de las 17:30 horas
Auditorio del Goethe-Institut Lima, Jirón Nazca 722, Lima 11
Español
Entrada libre
+51 1 4333180
cultural@lima.goethe.org
Miércoles, 18. Julio de 2012 – en el Bloque 1, a partir de las 17:30 horas
Auditorio del Goethe-Institut Lima, Jirón Nazca 722, Lima 11
Español
Entrada libre
+51 1 4333180
cultural@lima.goethe.org
En pleno Brooklyn, en un barrio muy venido a menos, en el “Templo
del Camino de la Biblia” el obispo Huie L. Rogers, con su sermón
apasionado cautiva a sus feligreses. Werner Herzog observa los
acontecimientos con tranquilidad y concentración, sin hacer comentarios.
Al principio la cámara permanece fija un largo rato frente a la puerta del “Templo del Camino de la Biblia“; más tarde se muestran puertas cerradas y ventanas claveteadas con tablas. Del templo se oye el coro. En este paisaje deprimente, la fe que Huie predica con tanto ahínco constituye una parte importante de la esperanza y el orden. “Dios es control”, arenga el obispo a sus feligreses, “¡Sin Él reinan el caos y la confusión!” Huie predica contra el ateísmo, considera que el mundo en Irán y Afganistán están fuera de control ya en 1980, ruge contra la polución y la adoración del dólar y anuncia que el presidente Jimmy Carter está igual de confundido que su predecesor. Entre tanto, el tono se torna intolerante y reaccionario: Huie trona contra homosexuales, transexuales, madres de alquiler, fecundación in vitro y hasta despotrica contra el “intento de ordeñar el sol” (¡Se refiere al aprovechamiento de la energía solar!). Alaba la Creación; Herzog contrasta estas palabras con las imágenes de Brooklyn.
Los oyentes asienten entusiasmados a las palabras de Huie; para europeos que están acostumbrados a aguantar el sermón dominical callados e inmóviles, este tipo de devoción y este temperamento, al principio, puede parecer extraño. Empezando por los gospels, cantados y casi hasta bailados con vitalidad y entusiasmo, hasta el estilo del sermón: el obispo podría haber hecho carrera como cantante de rap. Aquí la anunciación de la fe también significa corporalidad y sobre todo ritmo. Y el predicador no sacrifica ni el lenguaje ni el contenido con un aceleramiento desenfrenado del ritmo. Su sermón es una mezcla astuta de verdades y populismo.
Hay tanto movimiento frente a la cámara que Herzog compone la trama con tomas largas y estáticas casi sin variación, como si simplemente se hubiese detenido frente a la escena y estuviese observando asombrado. En esta película, Herzog se retrae como cineasta mucho más que en la mayoría de sus obras y con sus tomas, que parecen casi interminables, logra un alto grado de concentración. Los pocos cortes pasan casi desapercibidos.
Las interrupciones de la trama ocurren con los pocos cortes hacia el exterior de la iglesia, cuando la cámara nos lleva por las calles desoladas, mostrando ruinas, basura y la decadencia del mundo exterior; aquí el mundo parece tan inhabitado como inhóspito. Con estas secuencias el cineasta logra mucho más que una imagen momentánea, puesto que constituyen una documentación histórica, ya que Brooklyn ha cambiado radicalmente desde esa época.
Cuando la cámara vuelve al templo, Huie ya entra en estado de éxtasis: en lo que se refiere al ritmo de frases y palabras, este hombre es un genio. Y algunas de sus frases suenan como si las hubiera escrito el mismo Werner Herzog, algo que uno nunca puede saber con toda seguridad en sus películas: “¡Si el ser humano tuviese algo que ver con la salida del sol, quizás el sol hoy no hubiera salido!”
H.G. Pflaum
Director artístico: Werner Herzog, color, 42 min., 1980
Al principio la cámara permanece fija un largo rato frente a la puerta del “Templo del Camino de la Biblia“; más tarde se muestran puertas cerradas y ventanas claveteadas con tablas. Del templo se oye el coro. En este paisaje deprimente, la fe que Huie predica con tanto ahínco constituye una parte importante de la esperanza y el orden. “Dios es control”, arenga el obispo a sus feligreses, “¡Sin Él reinan el caos y la confusión!” Huie predica contra el ateísmo, considera que el mundo en Irán y Afganistán están fuera de control ya en 1980, ruge contra la polución y la adoración del dólar y anuncia que el presidente Jimmy Carter está igual de confundido que su predecesor. Entre tanto, el tono se torna intolerante y reaccionario: Huie trona contra homosexuales, transexuales, madres de alquiler, fecundación in vitro y hasta despotrica contra el “intento de ordeñar el sol” (¡Se refiere al aprovechamiento de la energía solar!). Alaba la Creación; Herzog contrasta estas palabras con las imágenes de Brooklyn.
Los oyentes asienten entusiasmados a las palabras de Huie; para europeos que están acostumbrados a aguantar el sermón dominical callados e inmóviles, este tipo de devoción y este temperamento, al principio, puede parecer extraño. Empezando por los gospels, cantados y casi hasta bailados con vitalidad y entusiasmo, hasta el estilo del sermón: el obispo podría haber hecho carrera como cantante de rap. Aquí la anunciación de la fe también significa corporalidad y sobre todo ritmo. Y el predicador no sacrifica ni el lenguaje ni el contenido con un aceleramiento desenfrenado del ritmo. Su sermón es una mezcla astuta de verdades y populismo.
Hay tanto movimiento frente a la cámara que Herzog compone la trama con tomas largas y estáticas casi sin variación, como si simplemente se hubiese detenido frente a la escena y estuviese observando asombrado. En esta película, Herzog se retrae como cineasta mucho más que en la mayoría de sus obras y con sus tomas, que parecen casi interminables, logra un alto grado de concentración. Los pocos cortes pasan casi desapercibidos.
Las interrupciones de la trama ocurren con los pocos cortes hacia el exterior de la iglesia, cuando la cámara nos lleva por las calles desoladas, mostrando ruinas, basura y la decadencia del mundo exterior; aquí el mundo parece tan inhabitado como inhóspito. Con estas secuencias el cineasta logra mucho más que una imagen momentánea, puesto que constituyen una documentación histórica, ya que Brooklyn ha cambiado radicalmente desde esa época.
Cuando la cámara vuelve al templo, Huie ya entra en estado de éxtasis: en lo que se refiere al ritmo de frases y palabras, este hombre es un genio. Y algunas de sus frases suenan como si las hubiera escrito el mismo Werner Herzog, algo que uno nunca puede saber con toda seguridad en sus películas: “¡Si el ser humano tuviese algo que ver con la salida del sol, quizás el sol hoy no hubiera salido!”
H.G. Pflaum
Director artístico: Werner Herzog, color, 42 min., 1980
Gods angry man
De W. Herzog, color, 44 min., 1980
Documental
Miercoles, el 18 de julio de 2012 – en el bloque 1, a partir de las 17:30 horas
Auditorio del Goethe-Institut Lima, Jirón Nazca 722, Lima 11
Español
Entrada libre
+51 1 4333180
cultural@lima.goethe.org
Miercoles, el 18 de julio de 2012 – en el bloque 1, a partir de las 17:30 horas
Auditorio del Goethe-Institut Lima, Jirón Nazca 722, Lima 11
Español
Entrada libre
+51 1 4333180
cultural@lima.goethe.org
Hace años que el predicador televisivo Dr. Gene Scott se pone casi
a diario frente a la cámara y promulga sus ideas sobre el cristianismo,
que se centran en la recaudación de donativos.
Especificaciones técnicas
“El honor de Dios está en juego cada noche”, anuncia el hombre, y para él este honor depende evidentemente del importe de los donativos que se van recibiendo por teléfono. Lo que él hace, según dice, no es un programa, más bien una celebración y una experiencia religiosa para los espectadores. A esto se suman también las devotas canciones que acompañan a sus sermones y que suenan como canciones sentimentales de fines de los años cincuenta.
Con sus tres canales de televisión en Los Ángeles, San Francisco y Hartford (Connecticut), Scott conduce uno de los muchos programas televisivos religiosos de los EEUU. Explica que él mismo no posee nada; que su iglesia lo ha elegido y a ella pertenecen todos los ingresos; incluso su seguro de vida será cobrado algún día (Scott falleció 25 años después del retrato de Herzog) por la iglesia. Ésta posee además un mausoleo, una empresa inmobiliaria, una agencia de viajes y una editorial. Evidentemente funciona como un gran consorcio con diversas empresas.
Las autoridades, según se desprende indirectamente de las explicaciones de Scott, lo ven de otro modo. También las muy reservadas observaciones de Herzog apuntan a ello. El predicador es un personaje controvertido, suelen acuciarle juicios por fraude fiscal, malversación, injurias y chantaje. Por eso el hombre se siente perseguido y amenazado. Pero no se arredra en representar a sus adversarios como muñecos mecánicos en forma de mono.
Herzog se concentra con perseverancia en Gene Scott y no emite sus propias valoraciones. Únicamente el montaje deja claras las dudas de Herzog respecto al hombre: las escenas de las prédicas televisivas giran notoriamente alrededor del tema del dinero. Las grandes sumas significan para Scott victorias “religiosas”, pero en sus discursos falta cualquier tipo de trascendencia y las frases banales sustituyen a una devoción creíble. Promete: “Estaremos aquí cuando Jesús llegue” y en una ocasión, cuando en el plazo de 36 minutos consigue recaudar aproximadamente un cuarto de millón de dólares, sus músicos cantan: “Gracias, Señor, por haber salvado mi alma”. Y como todo va tan bien, prolonga espontáneamente el tiempo del programa, ya que “¡podría ser una noche de un millón!”. Otra vez, en un día menos lucrativo en el que sus expectativas económicas parecen no cumplirse, Scott se queda en silencio y con el ceño fruncido mientras contempla a la cámara durante varios minutos, como si le hubieran ofendido gravemente, las cinco telefonistas que atienden los donativos lloran, hasta que Scott, enfurecido, empieza a vociferar y a insultar a sus telespectadores.
Herzog prescinde de dar la palabra a los oponentes de Scott. Lo que cuenta el propio predicador basta para que el espectador se forme una idea. Aparte de Scott, sólo sus padres testifican en su favor y elogian a su hijo como a un santo cuya futura genialidad ya fuera reconocida en la escuela por uno de sus maestros. La madre, al preguntarle Herzog por alguna maldad en la vida de su hijo, cuenta que una vez el pequeño Gene pellizcó el glaseado de un pastel. El propio Scott confiesa que alguna vez le gustaría hacer algo malo en su vida o viajar a algún lugar donde no lo conocieran, que está harto de luchar continuamente y que preferiría dar conferencias sobre Platón en Australia.
El predicador es lo suficientemente vanidoso y orgulloso como para dejar que Herzog se le acerque realmente; incluso se deja entrevistar en un lugar tan estrecho como un auto. Y, como muchos demagogos astutos, se presenta como víctima, juega con su autocompasión e inventa enemigos para crear un supuesto espíritu comunitario para sus seguidores. Scott se lamenta sobre su soledad: “¿A quién podría tener como amigo? ¡Todos los amigos son enemigos en potencia!”, como si tuviera que temer a un Judas, a un traidor en su entorno. Nada de lo que dice sobre sí mismo es creíble; sus discursos no sólo están repletos de contradicciones, sino que también demuestran con ahínco lo poco que se puede confiar en las palabras y el lenguaje. La verdad se encontraría más bien en las acciones públicas y secretas del hombre. Scott da vueltas, afirma que tiene que llorar una vez por semana y señala con orgullo la cartera negra que es su única posesión y dentro de la cual nadie, excepto él mismo, puede mirar; ni siquiera Werner Herzog.
En su apasionada y frecuentemente patética irracionalidad, el predicador televisivo no sólo resulta afín en carácter al obispo Huie L. Rogers, a quien Herzog retrató en “Huie’s Predigt” (también de 1980). Scott ocupa su sitio como personaje inconfundible en el universo de Herzog, forma parte de los héroes megalómanos y de turbia ambivalencia como Aguirre o Fitzcarraldo. Si Gene Scott no hubiera existido realmente, se le podría considerar de igual modo como invención de Werner Herzog. Y si entonces el cineasta hubiera decidido realizar una película sobre Scott, Kinski habría sido el actor ideal.
Director artístico: Werner Herzog, color, 44 min., 1980
Especificaciones técnicas
“El honor de Dios está en juego cada noche”, anuncia el hombre, y para él este honor depende evidentemente del importe de los donativos que se van recibiendo por teléfono. Lo que él hace, según dice, no es un programa, más bien una celebración y una experiencia religiosa para los espectadores. A esto se suman también las devotas canciones que acompañan a sus sermones y que suenan como canciones sentimentales de fines de los años cincuenta.
Con sus tres canales de televisión en Los Ángeles, San Francisco y Hartford (Connecticut), Scott conduce uno de los muchos programas televisivos religiosos de los EEUU. Explica que él mismo no posee nada; que su iglesia lo ha elegido y a ella pertenecen todos los ingresos; incluso su seguro de vida será cobrado algún día (Scott falleció 25 años después del retrato de Herzog) por la iglesia. Ésta posee además un mausoleo, una empresa inmobiliaria, una agencia de viajes y una editorial. Evidentemente funciona como un gran consorcio con diversas empresas.
Las autoridades, según se desprende indirectamente de las explicaciones de Scott, lo ven de otro modo. También las muy reservadas observaciones de Herzog apuntan a ello. El predicador es un personaje controvertido, suelen acuciarle juicios por fraude fiscal, malversación, injurias y chantaje. Por eso el hombre se siente perseguido y amenazado. Pero no se arredra en representar a sus adversarios como muñecos mecánicos en forma de mono.
Herzog se concentra con perseverancia en Gene Scott y no emite sus propias valoraciones. Únicamente el montaje deja claras las dudas de Herzog respecto al hombre: las escenas de las prédicas televisivas giran notoriamente alrededor del tema del dinero. Las grandes sumas significan para Scott victorias “religiosas”, pero en sus discursos falta cualquier tipo de trascendencia y las frases banales sustituyen a una devoción creíble. Promete: “Estaremos aquí cuando Jesús llegue” y en una ocasión, cuando en el plazo de 36 minutos consigue recaudar aproximadamente un cuarto de millón de dólares, sus músicos cantan: “Gracias, Señor, por haber salvado mi alma”. Y como todo va tan bien, prolonga espontáneamente el tiempo del programa, ya que “¡podría ser una noche de un millón!”. Otra vez, en un día menos lucrativo en el que sus expectativas económicas parecen no cumplirse, Scott se queda en silencio y con el ceño fruncido mientras contempla a la cámara durante varios minutos, como si le hubieran ofendido gravemente, las cinco telefonistas que atienden los donativos lloran, hasta que Scott, enfurecido, empieza a vociferar y a insultar a sus telespectadores.
Herzog prescinde de dar la palabra a los oponentes de Scott. Lo que cuenta el propio predicador basta para que el espectador se forme una idea. Aparte de Scott, sólo sus padres testifican en su favor y elogian a su hijo como a un santo cuya futura genialidad ya fuera reconocida en la escuela por uno de sus maestros. La madre, al preguntarle Herzog por alguna maldad en la vida de su hijo, cuenta que una vez el pequeño Gene pellizcó el glaseado de un pastel. El propio Scott confiesa que alguna vez le gustaría hacer algo malo en su vida o viajar a algún lugar donde no lo conocieran, que está harto de luchar continuamente y que preferiría dar conferencias sobre Platón en Australia.
El predicador es lo suficientemente vanidoso y orgulloso como para dejar que Herzog se le acerque realmente; incluso se deja entrevistar en un lugar tan estrecho como un auto. Y, como muchos demagogos astutos, se presenta como víctima, juega con su autocompasión e inventa enemigos para crear un supuesto espíritu comunitario para sus seguidores. Scott se lamenta sobre su soledad: “¿A quién podría tener como amigo? ¡Todos los amigos son enemigos en potencia!”, como si tuviera que temer a un Judas, a un traidor en su entorno. Nada de lo que dice sobre sí mismo es creíble; sus discursos no sólo están repletos de contradicciones, sino que también demuestran con ahínco lo poco que se puede confiar en las palabras y el lenguaje. La verdad se encontraría más bien en las acciones públicas y secretas del hombre. Scott da vueltas, afirma que tiene que llorar una vez por semana y señala con orgullo la cartera negra que es su única posesión y dentro de la cual nadie, excepto él mismo, puede mirar; ni siquiera Werner Herzog.
En su apasionada y frecuentemente patética irracionalidad, el predicador televisivo no sólo resulta afín en carácter al obispo Huie L. Rogers, a quien Herzog retrató en “Huie’s Predigt” (también de 1980). Scott ocupa su sitio como personaje inconfundible en el universo de Herzog, forma parte de los héroes megalómanos y de turbia ambivalencia como Aguirre o Fitzcarraldo. Si Gene Scott no hubiera existido realmente, se le podría considerar de igual modo como invención de Werner Herzog. Y si entonces el cineasta hubiera decidido realizar una película sobre Scott, Kinski habría sido el actor ideal.
Director artístico: Werner Herzog, color, 44 min., 1980
Las últimas palabras
De W. Herzog, n/b, 13 min., 1967
Documental
Miercoles, el 18 de julio de 2012 – en el bloque 2, a partir de las 20:00 horas
Auditorio del Goethe-Institut Lima, Jirón Nazca 722, Lima 11
Español
Entrada libre
+51 1 4333180
cultural@lima.goethe.org
Miercoles, el 18 de julio de 2012 – en el bloque 2, a partir de las 20:00 horas
Auditorio del Goethe-Institut Lima, Jirón Nazca 722, Lima 11
Español
Entrada libre
+51 1 4333180
cultural@lima.goethe.org
Al noreste de Creta: la policía parece haber llevado por la fuerza
a un hombre de la pequeña isla inhabitada Spinalonga a la isla
principal. El hombre, un arpista, se niega a decir una sola palabra
sobre lo que le ha acontecido. Los demás hacen suposiciones.
El nombre del músico queda sin decir. Al principio explica: “Dicen que debo decir que no; pero yo ni digo eso, ¡esta es mi última palabra! Después mira callado hacia la cámara. Dos policías hablan: “Lo trajimos de allí. ¡Lo salvamos!” Repiten la frase varias veces simultáneamente: de esta forma se hace evidente que este es un texto que han aprendido de memoria. Otros relatan que el músico en Spinalonga se alimentó de cactus, tomates, cardos y lagartijas y permaneció en una isla en la que ni siquiera los venecianos, los sarracenos y los turcos hubiesen podido aguantar. Se dijo que cuando fue clausurado el antiguo leprosario de Spinalonga, él simplemente se quedó hasta que sus familiares lo declararon incapaz y lo hicieron traer por la fuerza de vuelta a la isla principal. También estos testigos repiten sus frases varias veces. La cámara muestra imágenes de la pequeña isla inhóspita, fantasmagórica, con sus casuchas derruidas y calaveras de muertos. También relatan sobre el origen de la pequeña capilla y de un leproso y su esposa: él ya no tenía piernas, ella ya no tenía brazos. Así se ayudaban mutuamente.
Cuando el ermitaño sin nombre toca y canta en dueto junto a un músico de bouzuki (laúd griego), su mirada parece ausente, como si sus pensamientos y sus sentimientos estuviesen muy lejos. Su historia es un enigma. Al final repite: “¡No digo nada!”
Casi 12 años más tarde Werner Herzog explica: “De los cortometrajes, el que más me gusta es LAS ÚLTIMAS PALABRAS, que es una película en griego moderno; está hecha con mucha audacia y con una seguridad ciega. La filmé en tres noches y la monté en un día.” La luz de la película nos dice otra cosa; lo más probable es que haya filmado la mayoría de las escenas durante el día.
LAS ÚLTIMAS PALABRAS fue filmada paralelamente a SIGNOS DE VIDA. En ambos filmes de su fase temprana Herzog ya nos muestra su excelente mirada para los paisajes y la fragilidad de los esfuerzos humanos. Queda abierto si la historia del músico que no quiere hablar es una idea de Herzog o tiene un fondo auténtico. A juzgar por los hechos reales, es una historia ficticia: el leprosario fue cerrado en 1950, es decir, que el hombre tendría que haber vivido 17 años solo en una isla sin agua potable. Sin embargo, el hecho de que la historia sea ficticia o real es un hecho secundario. Los textos, que en su repetición parecen casi litúrgicos, de todos modos nos sugieren que es una puesta en escena y acústicamente corresponden al leitmotiv de un movimiento giratorio que aparece en muchos de los trabajos tempranos del cineasta. Con su negativa de hablar, por momentos casi iracunda, el músico sin nombre pertenece al género de los héroes revolucionarios que marcan casi todos los trabajos de Herzog. Pero el rechazo de hablar es incompleto y selectivo. Aquí el héroe sólo buscó otro modo de comunicación: la melodía y los textos de su música.
H.G. Pflaum
El nombre del músico queda sin decir. Al principio explica: “Dicen que debo decir que no; pero yo ni digo eso, ¡esta es mi última palabra! Después mira callado hacia la cámara. Dos policías hablan: “Lo trajimos de allí. ¡Lo salvamos!” Repiten la frase varias veces simultáneamente: de esta forma se hace evidente que este es un texto que han aprendido de memoria. Otros relatan que el músico en Spinalonga se alimentó de cactus, tomates, cardos y lagartijas y permaneció en una isla en la que ni siquiera los venecianos, los sarracenos y los turcos hubiesen podido aguantar. Se dijo que cuando fue clausurado el antiguo leprosario de Spinalonga, él simplemente se quedó hasta que sus familiares lo declararon incapaz y lo hicieron traer por la fuerza de vuelta a la isla principal. También estos testigos repiten sus frases varias veces. La cámara muestra imágenes de la pequeña isla inhóspita, fantasmagórica, con sus casuchas derruidas y calaveras de muertos. También relatan sobre el origen de la pequeña capilla y de un leproso y su esposa: él ya no tenía piernas, ella ya no tenía brazos. Así se ayudaban mutuamente.
Cuando el ermitaño sin nombre toca y canta en dueto junto a un músico de bouzuki (laúd griego), su mirada parece ausente, como si sus pensamientos y sus sentimientos estuviesen muy lejos. Su historia es un enigma. Al final repite: “¡No digo nada!”
Casi 12 años más tarde Werner Herzog explica: “De los cortometrajes, el que más me gusta es LAS ÚLTIMAS PALABRAS, que es una película en griego moderno; está hecha con mucha audacia y con una seguridad ciega. La filmé en tres noches y la monté en un día.” La luz de la película nos dice otra cosa; lo más probable es que haya filmado la mayoría de las escenas durante el día.
LAS ÚLTIMAS PALABRAS fue filmada paralelamente a SIGNOS DE VIDA. En ambos filmes de su fase temprana Herzog ya nos muestra su excelente mirada para los paisajes y la fragilidad de los esfuerzos humanos. Queda abierto si la historia del músico que no quiere hablar es una idea de Herzog o tiene un fondo auténtico. A juzgar por los hechos reales, es una historia ficticia: el leprosario fue cerrado en 1950, es decir, que el hombre tendría que haber vivido 17 años solo en una isla sin agua potable. Sin embargo, el hecho de que la historia sea ficticia o real es un hecho secundario. Los textos, que en su repetición parecen casi litúrgicos, de todos modos nos sugieren que es una puesta en escena y acústicamente corresponden al leitmotiv de un movimiento giratorio que aparece en muchos de los trabajos tempranos del cineasta. Con su negativa de hablar, por momentos casi iracunda, el músico sin nombre pertenece al género de los héroes revolucionarios que marcan casi todos los trabajos de Herzog. Pero el rechazo de hablar es incompleto y selectivo. Aquí el héroe sólo buscó otro modo de comunicación: la melodía y los textos de su música.
H.G. Pflaum
País del silencio y de la oscuridad
De W. Herzog, color, 85 min., 1971
Documental
Miercoles, el 18 de julio de 2012 – en el bloque 2, a partir de las 20:00 horas
Auditorio del Goethe-Institut Lima, Jirón Nazca 722, Lima 11
Alemán con subtítulos en español
Entrada libre
+51 1 4333180
cultural@lima.goethe.org
Miercoles, el 18 de julio de 2012 – en el bloque 2, a partir de las 20:00 horas
Auditorio del Goethe-Institut Lima, Jirón Nazca 722, Lima 11
Alemán con subtítulos en español
Entrada libre
+51 1 4333180
cultural@lima.goethe.org
En la superficie esta película es un documental sobre
sordoceguera; los sordociegos, por un lado, encuentran refugio en
asilos, y por el otro, están completamente abandonados. Mirando con más
detenimiento, en un segundo momento, el film es un ensayo sensible sobre
comunicación que revela un momento de lo que significa ser humano.
En el centro de la trama se encuentra Fini Straubinger, una mujer sordociega de una cierta edad. Esta mujer que en realidad sólo puede subsistir con auxilio exterior, tiene la vocación de ayudar a otras personas que sufren de su misma dolencia. Herzog narra los encuentros de Fini Straubinger con el mundo; y entre otras cosas también los organiza, para mantener el orden. Como, por ejemplo, un vuelo con una avioneta o una visita al zoológico y al jardín botánico de Munich. Fini Straubinger tiene encuentros con una serie de sordociegos ignorados y por lo cual la sociedad está en falta constantemente, como, por ejemplo, Else Fähringer, que en vez de recibir un tratamiento especial, es internada en un psiquiátrico, o el campesino Heinrich Fleischmann, quien escapa del mundo de los humanos y se refugia en un establo junto a los animales.
Herzog muestra el mundo en el que viven los sordociegos, que está cerrado casi herméticamente; poder salir de él, para ellos significa liberación. Esto debe entenderse como una dimensión trascendental. Fini Straubinger, que en las primeras secuencias de la película se ve en una posición dramáticamente necesitada, poco a poco se transforma en la figura de la salvadora que ha superado su mal por todos los demás: una personalidad con una gran capacidad de amar y una infinita paciencia, dispuesta a abordar el mundo, y con un gran tesón que le permite ayudar a los demás.
“Esta es una película sobre la visión... Fini Straubinger es mucho más humana que todos nosotros, tiene más fuerza y sensibilidad. Lo que es extraño y fascinante a la vez es que durante todo el tiempo que uno mira la película, piensa, cómo sería si yo fuese ella; y de pronto uno tiene una nueva perspectiva. Nos damos cuenta de que contamos con experiencias bastante incompletas a la hora de hablar de picaportes, o un viaje en coche, o un apretón de manos. Esta es una película sobre la extrema dificultad de hacerse entender. Es mi problema principal, una cosa terrible” (Werner Herzog, 1971).
Algunas veces esta película fue malinterpretada como un llamado caritativo; pero de eso sólo se trata, a lo sumo, al margen. Lo más importante es que Herzog toma a estas personas en serio y les da la oportunidad de aportar su personalidad. Él intenta hacer accesible a su público un mundo supuestamente cerrado que se sustrae a todo tipo de articulación verbal. Quizás EL PAÍS DEL SILENCIO Y LA OSCURIDAD es la película de Herzog más tierna y sensible. Una vez, Fini Straubinger le dice al cineasta: “Si usted ahora suelta mi mano, es como si estuviésemos a miles de millas de distancia”. Aunque Herzog haya escrito esa frase y le haya pedido a la mujer que la diga, ella me confirmó en una charla que esa frase define su situación mejor que cualquier otra que ella misma hubiese podido formular. Una y otra vez, Herzog observa como Fini Straubinger se hace entender con el lenguaje Lormen, una especie de morse que el emisor le tipea en la mano al receptor del mensaje. Una vez, Fini Straubinger toma de la mano a un sordociego que antes había abrazado a un árbol buscando auxilio. Y después explica: “Sólo le muestro que hay alguien junto a él. La comunicación, aunque se reduzca al sentido del tacto, significa experimentar el mundo y, como consecuencia, también devenir humano.
Hans Günther Pflaum
En el centro de la trama se encuentra Fini Straubinger, una mujer sordociega de una cierta edad. Esta mujer que en realidad sólo puede subsistir con auxilio exterior, tiene la vocación de ayudar a otras personas que sufren de su misma dolencia. Herzog narra los encuentros de Fini Straubinger con el mundo; y entre otras cosas también los organiza, para mantener el orden. Como, por ejemplo, un vuelo con una avioneta o una visita al zoológico y al jardín botánico de Munich. Fini Straubinger tiene encuentros con una serie de sordociegos ignorados y por lo cual la sociedad está en falta constantemente, como, por ejemplo, Else Fähringer, que en vez de recibir un tratamiento especial, es internada en un psiquiátrico, o el campesino Heinrich Fleischmann, quien escapa del mundo de los humanos y se refugia en un establo junto a los animales.
Herzog muestra el mundo en el que viven los sordociegos, que está cerrado casi herméticamente; poder salir de él, para ellos significa liberación. Esto debe entenderse como una dimensión trascendental. Fini Straubinger, que en las primeras secuencias de la película se ve en una posición dramáticamente necesitada, poco a poco se transforma en la figura de la salvadora que ha superado su mal por todos los demás: una personalidad con una gran capacidad de amar y una infinita paciencia, dispuesta a abordar el mundo, y con un gran tesón que le permite ayudar a los demás.
“Esta es una película sobre la visión... Fini Straubinger es mucho más humana que todos nosotros, tiene más fuerza y sensibilidad. Lo que es extraño y fascinante a la vez es que durante todo el tiempo que uno mira la película, piensa, cómo sería si yo fuese ella; y de pronto uno tiene una nueva perspectiva. Nos damos cuenta de que contamos con experiencias bastante incompletas a la hora de hablar de picaportes, o un viaje en coche, o un apretón de manos. Esta es una película sobre la extrema dificultad de hacerse entender. Es mi problema principal, una cosa terrible” (Werner Herzog, 1971).
Algunas veces esta película fue malinterpretada como un llamado caritativo; pero de eso sólo se trata, a lo sumo, al margen. Lo más importante es que Herzog toma a estas personas en serio y les da la oportunidad de aportar su personalidad. Él intenta hacer accesible a su público un mundo supuestamente cerrado que se sustrae a todo tipo de articulación verbal. Quizás EL PAÍS DEL SILENCIO Y LA OSCURIDAD es la película de Herzog más tierna y sensible. Una vez, Fini Straubinger le dice al cineasta: “Si usted ahora suelta mi mano, es como si estuviésemos a miles de millas de distancia”. Aunque Herzog haya escrito esa frase y le haya pedido a la mujer que la diga, ella me confirmó en una charla que esa frase define su situación mejor que cualquier otra que ella misma hubiese podido formular. Una y otra vez, Herzog observa como Fini Straubinger se hace entender con el lenguaje Lormen, una especie de morse que el emisor le tipea en la mano al receptor del mensaje. Una vez, Fini Straubinger toma de la mano a un sordociego que antes había abrazado a un árbol buscando auxilio. Y después explica: “Sólo le muestro que hay alguien junto a él. La comunicación, aunque se reduzca al sentido del tacto, significa experimentar el mundo y, como consecuencia, también devenir humano.
Hans Günther Pflaum
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