domingo, 4 de agosto de 2013

Wolverine Inmortal, de James Mangold.

Por: Gisella Gastiaburú Barthé.

Basada en la celebrada serie de cómics, esta épica acción-aventura lleva a Wolverine (Hugh Jackman), el personaje más icónico del universo X-Men. El mutante de las garras metálicas que hizo famoso a Hugh Jackman empieza la película al final de la Segunda Guerra Mundial, en un impactante prólogo en Nagasaki, justo en el momento que está por explotar la bomba. Lo que sucede en esa escena entre él y un joven soldado japonés a punto de hacerse el harakiri es lo que lo mete en este complicado entuerto nipón muchas décadas más tarde. Suerte de western fantástico, Wolverine: Inmortal tiene el encanto del héroe que se resiste a serlo, pero que no puede evitar involucrarse, incluso emotivamente, con cada situación.

 Hay otra buena escena cuando el relato salta elípticamente de Nagasaki a la actualidad, en la que Logan, convertido en un vagabundo del bosque, venga la muerte de un oso a manos de un grupo de cazadores en una típica cantina de ruta, que no sólo subraya la debilidad del personaje por las nobles causas perdidas, sino que remeda las clásicas trifulcas de salón. Igual que los héroes de Eastwood en los films de Leone, Wolverine es un forastero en rodeo ajeno que debe apelar a la astucia aun cuando la brutalidad es su mejor arma. Y hasta levanta las cejas en el momento oportuno, igual que Joe, Monco y Blondie.


 Jackman conoce al personaje de memoria y cada película confirma que su presencia en aquel primer episodio de 2000 fue el gran acierto de Bryan Singer. A pesar de todo eso y de algunas buenas escenas de acción (una de ellas en el techo de un tren, infaltable en un western, aunque se trate de un tren bala), la película va perdiendo densidad. Tal vez se deba a la ausencia de un villano que consiga contrapesar al héroe y dar la talla en términos dramáticos. Y, ya se sabe, no hay buenas películas de superhéroes o de vaqueros sin un buen villano.


No hay comentarios:

Publicar un comentario