Por: Patricia Wiesse (*)
El sábado 15 de mayo del 2010, los guardias de la prisión entraron en nuestra celda, la número 56, y nos sacaron a mí y a mis compañeros, nos hicieron desnudarnos y nos tuvieron en el frío durante una hora y media.
Jafar Panahi, cineasta
Hace ya un año que Jafar Panahi fue arrestado y encerrado en prisión. El director de El círculo, la película más tremenda y dolorosa sobre la situación de las mujeres en Irán, ha sido sentenciado a seis años de prisión; y, lo que es aún peor: el régimen le tiene terminantemente prohibido rodar películas durante veinte años, escribir guiones, asistir a los festivales de cine fuera de Irán, dar entrevistas a diarios y revistas nacionales o extranjeras. Es decir, la mutilación, la lapidación, la desaparición, la muerte lenta del creador. ¿Qué sucederá ahora con el guión que tenía listo? Era la historia de una joven a quien sus propios padres le prohibieron estudiar.
Panahi es el cineasta más político de su país. Lo apresaron por dar su apoyo a Mirhossein Musavi, el opositor del actual presidente Mahmud Ahmadineyad, y por participar en las movilizaciones del denominado Movimiento Verde. Así mataron dos pájaros de un tiro, porque se libraron del revoltoso y del artista que los ponía en evidencia en los escenarios internacionales, mostrando los rostros de la vergüenza que los velos de las mujeres no logran ocultar. Es el ganador de Cannes 1995, y del León de Oro en Venecia 2000; es el que le pisa los talones al cineasta de culto Abbas Kiarostami, quien fue su mentor.
Juzgarme es juzgar al conjunto del cine comprometido, social y humanitario iraní; el cine que tiene la intención de situarse por encima del bien y del mal, el cine que no juzga y que no se pone al servicio del poder o la riqueza, sino que hace lo posible para dar una imagen realista de la sociedad. Un cine que quiere llegar a la humanidad.
La última película en la que participó tiene valor de denuncia más que artístico, y se llama Esto no es un film. Se trata de una crónica de su primer encierro y un manifiesto de protesta en el que el protagonista es él. Dura una hora y quince minutos, y se rodó mientras Panahi cumplía arresto domiciliario. Un cineasta amigo fue a filmarlo con una cámara digital. Se le ve solo en su departamento con su mascota, una iguana que parece prehistórica, como sus perseguidores. “Estoy impedido de filmar”, declara mirando a la cámara. “Pero no estoy impedido de leerles mi guión”, continúa. Y comienza a leer el guión sobre la joven que no puede estudiar, hasta que se cansa y declara que le parece absurdo contar algo que no existe. Expulsa su frustración. Corte.
Luego, en los últimos 20 minutos, ingresa en escena un muchacho que recoge la basura del edificio. Después de unos diálogos tensos, en los que no se sabe si el personaje es un espía del régimen, entran en confianza, y Panahi lo acompaña mientras realiza su trabajo, hasta que llegan a la puerta de salida. La frontera está demarcada y el director debe volver a su encierro: la calle se ha vuelto un territorio prohibido. Fin.
La leyenda dice que la película fue sacada de Irán en un USB que escondieron en una torta. Así llegó al Festival de Cannes el año pasado y se exhibió sin previo aviso.
Mataron dos pájaros de un tiro, porque se libraron del revoltoso y del artista que los ponía en evidencia, mostrando los rostros de la vergüenza que los velos de las mujeres no logran ocultar.
Los ay-atolahs
Para entender por qué se silencian las voces disidentes en Irán, por qué la crítica es considerada una blasfemia y la creación libre un atentado, es necesario advertir que lo que define al régimen de la República Islámica de Irán es su intolerancia religiosa, política y artística. El islamismo de los ayatolahs es retrógrado, de los tiempos en los que se perseguía a los infieles. Se rigen por la Sharia o ley islámica, implacable y represiva.
El Ayatolah controla las instituciones: es la máxima autoridad política, militar y religiosa. Cualquier protesta o discrepancia con el régimen, especialmente si viene de la oposición parlamentaria, es estudiada al detalle por los consejeros de la Sharia (¿o chaira?).
Muchos artistas e intelectuales disidentes, incluido Panahi, sostienen que solo la instauración del Estado de derecho para todos (y todas), sin consideraciones étnicas, religiosas o políticas, podrá librarlos de un futuro caótico. Desafortunadamente, algunos gobiernos occidentales —dizque socialistas— defienden esta “revolución” porque se ha enfrentado al país del Norte. Hace poco, el presidente Mahmud Ahmadineyad realizó una gira por cuatro países del ALBA con un discurso radical antiimperio, hablando de “los excesos del régimen de opresión”. Esto, que puede ser cierto, suena a cinismo puro en la voz del representante de un Gobierno que da a tomar de esta misma medicina.
Víctimas directas de esta situación son las mujeres. Ellas solo obtienen la ciudadanía cuando son madres casadas. En Irán, el testimonio de una mujer ante un juez tiene menos valor que el de un hombre. ¿Seguimos? En Irán, las mujeres no pueden montar bicicleta.
El cine de Panahi evidencia lo que no se puede decir en voz alta. Se solidariza claramente con esa mitad de la población. Su película Offside habla de la sinrazón de no permitirles a las mujeres asistir a un estadio de fútbol. Y El círculo es una historia sobre mujeres atadas a un medio hostil. “Sin un hombre no puedes ir a ningún sitio”, le advierte una a la otra.
La película empieza en la sala de partos de un hospital: “Es una niña”, informa la enfermera a la madre de la mujer que acaba de dar a luz. La noticia le cae a esta última como una bomba, porque sabe que el destino de la criatura está trazado: pasará a engrosar las filas de la tercera categoría junto a los negros, los pobres y los desempleados.
And the Oscar goes to…
El nivel del cine iraní es muy alto, a pesar de la represión creativa. Por eso no sorprendió que la película Una separación, de Asghar Farhadi, ganase el Óscar a la mejor cinta extranjera. Lo que pudo sorprender a algunos es que el cineasta no aprovechara semejante tribuna para abogar por la libertad de Panahi y de muchos otros artistas e intelectuales que desde hace treinta años están silenciados o en el exilio: novelistas, poetas, cómicos, filósofos, teólogos, académicos, activistas, periodistas y hasta la Premio Nobel Shirin Ebadi. Esto fue lo que dijo Farhadi:
En este momento muchos iraníes en todo el mundo nos están mirando y me imagino que están muy contentos, no solo porque es un premio importante para un cineasta, sino porque en estos tiempos en los que los políticos hablan de guerra, intimidación y agresión, el nombre de nuestro país, Irán, toma la palabra aquí a través de su gloria, de su rica cultura, que ha pasado por momentos políticos difíciles.
Un discurso conciliador, sin contundencia y temeroso. Sin embargo, no se le puede juzgar. Si hubiese sido de otra manera, a su regreso le esperaba la cárcel y la castración artística.
Otra fue la actitud de Abbas Kiarostami en el Festival de Cannes del año pasado. El admirado director convirtió la presentación de su película Copie conforme en un acto de denuncia contra el Gobierno de su país por la detención de Panahi. “No toleran a los cineastas independientes”, sostuvo.
Durante la ceremonia inaugural, los organizadores colocaron en el escenario, junto a los miembros del jurado, una silla blanca vacía y un cartel con el nombre de Jafar Panahi. La indignación y la emoción embargaban a los participantes. Juliette Binoche no pudo contener el llanto.
Han apretado el off. La pantalla se ha oscurecido.
Mi último deseo es que mis restos sean devueltos a mi familia para que puedan enterrarme en el lugar que elijan
(J. P.).
(*) El articulo proviene de revistaideele.com
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