domingo, 6 de enero de 2013

Error de diseño en la promoción de Cine Nacional

Por Hans Rothgiesser - 02 /01/2013 - www.semanaeconomica.com



Hay un error de diseño fundamental en la política de promoción de cultura peruana, por lo menos en lo que respecta al fomento del cine peruano.  Cualquiera que esté ligado al sétimo arte en el país sabrá que su mayor posibilidad de adquirir financiamiento para un proyecto es apelando al concurso que hace una vez al año el Dicine, anteriormente llamado Conacine (cuando aún no estaba incluído en el relativamente nuevo Ministerio de Cultura).  No obstante, -y aquí el principal problema- el concurso no define responsabilidades posteriores al lanzamiento del proyecto cinematográfico.  Así, alguien que gana todos los fondos a los que apela, básicamente porque un grupo reducido de jueces seleccionados decide que es un proyecto que merece ser promocionado, no tiene que producir una película que haga click con el público.  De hecho, puede obviar completamente los intereses y los gustos de la audiencia peruana.  Total, ya ganó su premio.  Ya tiene su dinero y ya pagó las cuentas.  Y, si supo administrar los fondos obtenidos, ya se pagó a sí mismo su sueldo de director, productor y/o guionista y puede sentarse a planear su siguiente proyecto.

Ahí yace el principal problema.  No se aplica lo que en otros países, que de alguna manera incluyen candados que eviten el divorcio entre los gustos de los jueces y los del público en general.  Después no debe sorprender que los peruanos vayamos cada vez menos a ver películas peruanas.  Que es, por cierto, precisamente lo que está pasando.  Como lo comenta el portal peruano Cinencuentro, durante el 2012 se ha mantenido el nivel de producción de años anteriores: ocho películas estrenadas en salas comerciales, 24 presentadas en círculos independientes.  En este escenario, la producción nacional se lleva apenas el 2% de la taquilla nacional.  Y de todo lo recaudado por películas peruanas, el 82% se lo llevan apenas dos películas, las cuales son animadas: Rodencia y el diente de la princesa de David Bisbano y Los ilusionautas de Eduardo Schuldt.

Después de años de una clara tendencia, por fin varias voces distintas comienzan a lamentar lo evidente: Que los cineastas peruanos están repitiendo fórmulas que alguna vez tuvieron impacto en el público, pero que hace tiempo que ya no interesa a la audiencia en general.  Desde el escritor Roberto Núñez Carvallo (que abordó el tema en una de sus novelas) hasta el cineasta Fabrizio Aguilar (que este año estrenó su película Lima 13) dejan de echarle la culpa de las penas del cine nacional a una supuesta influencia malvada extranjera, para comenzar a reconocer una deficiencia nuestra.  Una deficiencia que podría corregirse con una correcta intervención del Ministerio de Cultura, si es que tuviese la intención de hacerlo y que parece que no tiene (su proyecto de ley de cine no incluye objetivos de educación o capacitación o actualización para cineastas peruanos).

De hecho, esas dos películas animadas que se llevaron US$570,000 y US$740,000 de la taquilla, respectivamente, no fueron proyectos pensados para ganar concursos, sino para apelar al público.  Un cineasta peruano no debería tener que decidir entre adaptarse a los sesgados criterios de lo que es una buena película para el Ministerio de Cultura y lo que es una película interesante para los peruanos, sin que eso signifique sacrificar calidad.  No me opongo a que el Estado aplique dinero a promover cultura, lo cual tiene sentido económico.  Pero que lo haga bien.

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