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Isaac León Frías escribe en el blog de su amigo Ricardo Bedoya una nota invitando a un nuevo debate, en este caso a los miembros de APRECI, como si todos los problemas del cine nacional, incluido los de la crítica, se resolvieran con juegos de palabras y elocuencia verbal para el aplauso de sus seguidores. Un debate ficticio como los anteriores, para satisfacer afanes de figuración, pero que no sirve para encarar los temas de fondo que vuelven a salir a la luz, como el sistema de argollas, privilegios y favoritismos que ha llevado al cine peruano, incluida la crítica, a una crisis profunda, con enfrentamientos interminables.
Sin embargo, lo preocupante en el texto de León Frías  son las 
expresiones (y silencios) sobre el correo de Alberto Durant a los 
funcionarios del Ministerio de Cultura, que se conoció en los últimos 
días. Mensaje que expresa casi paradigmáticamente los males del cine 
peruano que se hace referencia líneas arriba, y de los cuales buena 
parte de la crítica no es ajena, por acción u omisión.
Efectivamente, Durant, como cualquier otro concursante, tenía el 
derecho de poder objetar a cualquier miembro del Jurado. Pero esto se 
hace por las vías REGULARES, en plazos establecidos y por los conductos 
del Ministerio de Cultura para tal efecto, como todo concurso público. Y
 eso no por un prurito burocrático o puro formalismo, sino para que 
conste oficialmente la impugnación y evitar cualquier influencia “sotto 
voce” a las autoridades. Tomando como ejemplo el derecho de recusación 
en un juicio al que se hace alusión en el post, ¿acaso este no se hace 
público y por vía formal antes que empiece el proceso, o es válido solo 
mediante una carta personal?
Ahora, si lo que buscaba Durant es más que impugnar a una persona, 
cuestionar todo el proceso de elección de los Jurados y la mecánica del 
concurso que llevaba adelante DICINE, también estaba en todo su derecho 
de expresarlo. En este caso, lo que correspondía era hacer de 
conocimiento de la opinión pública sus objeciones, fundamentando las 
razones, para que se viera que su motivación no era personal sino en 
función de todos los cineastas, por igual.
Nada de esto sucedió porque lo que Durant hizo fue enviarle una carta
 a los correos personales de los funcionarios del Ministerio, con copia 
“informativa” al presidente de su gremio (APCP), expresando su 
disconformidad por la elección de un Jurado –que no había sido nombrado 
por DICINE sino resultado de un sorteo público-  solicitando 
encubiertamente su remoción, al decir que era una persona a su juicio 
“inaceptable” y por tanto descalificada para esa función. Todo ello, en 
medio del proceso del concurso, doce días después de conocerse públicamente los miembros del Jurado,
 y buscando cambiar las reglas del juego. Si esto no es presión indebida
 o lobby, se le parece mucho, y que se ve mal, se siente mal y está mal 
desde el punto de vista moral y procedimental, no hay duda, empezando 
por su carácter de secretismo, que es la forma como se cocinan los 
peores enjuagues. Por suerte los funcionarios que recepcionaron la carta
 actuaron correcta y dignamente, haciendo oídos sordos a las sugerencias
 de Durant, pero, me pregunto, ¿qué hubiese pasado si en vez de 
Christian Wiener y Carmen Rosa Vargas hubieran estado en esos cargos 
Rosa María Oliart y Emilio Moscoso? Creo que no es muy difícil imaginar 
que rápidamente se habrían “allanado” al pedido de tan importante figura
 de la cinematografía nacional, ya que de otra manera, iba a resultar muy difícil su contratación como sonidista en la próxima película del mismo realizador
Recordemos que Durant no es nuevo metiendo presión para decidir 
quiénes son buenos y malos a su gusto intereses. Ahí está, para los 
desmemoriados, la carta que en mayo del 2009 promovió, con firma de Tamayo, Lombardi y otros amigos, dirigida al Director de Perú 21
 por la crítica de Alonso Izaguirre a su película “El premio”.  La misma
 decía “no tener pretensión que fuera publicada”, porque sibilinamente 
demandaba al responsable del diario por supuestos ataques al cine 
peruano, con expresiones injuriantes al crítico
 e instándolo a que tome cartas en el asunto, como efectivamente 
sucedió, porque tiempo después Izaguirre tuvo que dejar el diario, como 
antes había ocurrido con Claudio Cordero en El Comercio.
Llama la atención que el veterano crítico y profesor universitario 
León Frías no exprese ningún respaldo o siquiera solidaridad con Leny 
Fernández por el intento de exclusión, y más bien avale y hasta celebre 
la actitud del concursante. Se supone que entre colegas, más allá de las
 diferencias y hasta enemistades, debe primar una defensa del oficio y 
la práctica de la crítica, que el mencionado correo busca descalificar, 
salvo que coincida con los argumentos del mail y no reconozca como 
críticos a los redactores de la revista “Godard” (sería bueno 
preguntarse si tendría la misma actitud en caso el (la) vetado(a) 
hubiese sido de la revista “Ventana Indiscreta”).
 Si se lee bien el correo de Durant, sus argumentos no cuestionan a 
una sola persona en particular, sino invalidan la participación de los 
críticos como jurados en futuros concursos, ya no exclusivamente de 
DICINE sino de cualquier otra institución, incluido festivales; si 
cometieron el pecado capital de criticar y cuestionar películas 
anteriores de algún concursante, lo que también se aplicaría si la 
comenta favorablemente, ya que podría alegarse en ese caso un supuesto 
favoritismo a terceros y adelantamiento de juicio, así como en el otro 
se habla de supuesta animadversión en su contra y a los de su 
generación. En otras palabras, que el crítico, cualquiera, no puede 
hacer su labor básica que es criticar películas, por lo menos no la de 
nuestros susceptibles compatriotas, o corre el riesgo de ser enviado a 
la lista negra de cualquier certamen (con semejante lógica, los críticos
 de “Cahiers du Cinema” jamás hubieran sido convocados como jurados de 
festivales donde competían obras de realizadores del llamado cine  
académico francés, a las que cuestionaron tan virulentamente en su 
momento).  Se olvida además, que un miembro no hace a un Jurado, y que 
en esta oportunidad, como
 consta en el acta del concurso de distribución fueron tres integrantes 
los que eligieron libre y soberanamente a los ganadores.
De resulta que lo que se encuentra en cuestión es el derecho de cada 
quien a tener su opinión y expresarla, de ejercer la crítica –como la 
realización- de forma abierta, libre, sin consignas ni limitaciones, más
 allá de su conciencia y las que determina la Ley, y no en función a los
 requerimientos y necesidades de vacas sagradas e intocables que se 
sienten dueños del cine peruano (porque criticarlos a ellos sería 
supuestamente criticar a todo el cine que se hace en el país). Personas 
que por sus años y relaciones ostentan el poder de veto, moviendo sus 
contactos e influencias al más alto nivel para sacar del camino a 
quienes les resultan incomodos o peligrosos, como acaba de suceder con 
Wiener en el Ministerio de Cultura. De paso, tratar de tapar las cosas 
turbias que salen a flote de la gestión anterior, qulo e fue tan 
generosa con ellos, lo que explica su defensa a ojos cerrados.
 Pero como dice una frase popular, “se puede engañar a todos poco 
tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede 
engañar a todos todo el tiempo”.
Rafael Maldonado
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